De LA NIEBLA CAMINA EN LA CUIDAD (1974)


EL REGRESO DE MI SOMBRA

Mi sombra regresó
y paseó por calles y avenidas, atravesó
los parques y miró las vitrinas.
Los faroles que antes la proyectaban
hoy conservaban su intocable oscuridad.
Los baches del pavimento eran los mismos.
Las bancas de la plaza tenían idéntica suciedad.
El maniquí luciendo las vitrinas
era el mismo.
Los avisos que antes me agradaban por su color
también estaban,
pero a mi sombra no le decían nada.
En las puertas de algunos edificios
se agolpaban muchachos para dormir abrigados
por el calor que les daba
el periódico de ayer
como antes el periódico del día anterior.
El viento que arrastraba las palabras
tenía la frialdad idéntica de los días.
Mi sombra regresó a la alcoba.
El mismo olor había en la cama,
la silla crujía igual.
Pero yo no era yo sino mi sombra.
En mi lugar había venido ella
y la ciudad no quiso recibirla.

BAJAR

Bajar a lo profundo de la tierra,
hastiarse de sus limos,
gustar, palpar,
extraer de la vida los frutos,
el jugo y la corteza.
Aprisionar entre los dedos
lo que te dan, lo que te quitan,
atrapar en tus manos
lo que tienes,
lo que es tuyo,
poseer el placer que sabes falso,
rastrear en la tierra
(como Baal)
y conseguir que se te pegue el alma.
Saciarte de ti mismo,
llenarte, poseerte,
amar lo que tú crees que se ama
y odiar cuando lo sientas.
Perderte...
hundirte en medio de las aguas,
ahogarte en medio de la hierba,
flotar en medio de los cienos.
Buscarte donde nunca
te has buscado,
liberarte en el polvo,
sentirte pleno entre las carreteras.
Rodar hasta la selva,
mirarte en el vacío de un espejo,
perderte,
conocer la mentira de eso que se llama
existir.
Soñar y destruirte en cada sueño.
Vivir, si puedes.
Surgir de entre la niebla liberado,
purificar tu alma por los montes,
lavar tu cuerpo con el agua.
Resucitar con todos tus hermanos
y brindarles tu suerte.
Exprimir tu destino y entregarlo.
Comprender que tu vida
antes o después
no te pertenece.
Buscar...
Y después, después de haber saciado tu destino
morir.
Morir es lo único que queda.

LA PEQUEÑA HISTORIA DE UNA ESTRELLA

Ese día teníamos que estar unidos.
Era el último.
Pero la realidad pesaba en nuestros cuerpos
y los hacía lejanos.
El dolor ponía hielo en nuestras almas,
el dolor amarraba nuestras manos,
distanciándolas.
La noche estaba fría.
El negro sobre nuestras cabezas
aumentaba la desesperación.
Era inútil decir lo único posible
en ese instante.
Era el último instante
y jugábamos a recoger todo para comunicárnoslo.
Y eso no fue posible:
demasiados días aniquilándonos en su soledad.
Ni tú ni yo tuvimos sueños de adolescencia,
nuestra existencia sólo nos permitió soñar
con la angustia del hombre
y hacerla propia,
y fue nuestra conciencia la que escogió
la noche para que esa renuncia se hiciera
carne en nuestras carnes.
Las nubes se revolvían inquietas en su negrura
mientras los pasos nuestros o de otro resonaban,
hiriéndonos,
la conversación de un tercero nos amuraba;
aunque queríamos asirnos desesperadamente
a esos instantes para evitar que todo se
rompiese,
la soledad no nos dejaba,
el miedo y el horror nos detenían.
Recorrimos las calles,
recorrimos uno a uno los días,
todo era negro en torno y a lo lejos,
y te fuiste y me fui.
Ya todo estaba inerte,
frío,
la noche y mis entrañas,
la ciudad y tus ansias.

TÚ NO PODRÁS NACER

Tú no podrás nacer porque yo no lo quiero,
...tu suerte ya está echada.
Tú no vendrás a este mundo de odios y miseria.
Tú no sentirás nunca el río silencioso
que acabó con la música.
Tus ojos no verán las flores muertas
ni las hojas caídas.
Yo no quiero que escuches algún día
el ruido del fusil o el gemido del hambre.
No descubrirás en la sonrisa del hombre
que cruza por tu lado, la máscara.
Yo no quiero que leas en el silencio
de la mujer que vende los tomates el llanto
de su hijo, la suerte de su amante.
No llegará hasta ti la angustia de ser hombre.
No sentirás cuando tu carne se abra al
dolor de la mujer violada,
del soldado castrado,
del alambre en los campos de concentración,
de las bombas molotov.
Yo no quiero que admires a quien tu no
conoces para llenar el hambre de tus
mitos,
ni que sientas el golpe que ha de quebrar
tus ritos y matar tu infancia.
Tus huesos no conocerán el dolor.
Nadie te pedirá sacrificarte
ni tomará tu tiempo en pago de una deuda.
Nunca harás el amor, ni la corriente
que recorre las células de los que se aman
recorrerá las tuyas.
No quiero que tu cuerpo tenga la dureza
de una cama vacía, ni la suerte
de una mesa sin cena o una casa sin niños.
No escucharás el agua cuando choca en la roca,
ni sabrás del horror de tocar una puerta cerrada.
No te destruirás en la lucha angustiosa
de unir tu alma a la de otros,
ni te apegarás a tu cuerpo,
ni tendrás eso que te dan sin pedirlo y que
luego te quitan aunque tus gritos desgarradores
de súplica
imploren que te dejen tenerlo.
Tú, no podrás morir.
Y
Mañana, tú y yo
saldremos de la mano
por esa misma puerta
y unidos en la noche
seremos uno
contra la soledad.
Nuestra sombra
cruzará los caminos
para encontrar
sobre la estufa
un poco de pan duro
que será suficiente
para olvidar
el hambre de los niños
y nuestra propia hambre,
y seremos,
por encima de todos los dolores de parto
y los desgarramientos,
tú y yo, íntegros.
Te daré los besos
que te negaron
la revolución
el fusil
la piedra de la cárcel
la traición del amigo
y todos aquellos que se volvieron contra
tu rebeldía y tu barba.
Me darás los besos
que me negaron
la montaña vacía
la estufa sin calor
la calle húmeda del dolor
la lluvia impertinente
y todos aquellos que se volvieron contra
mi inquietud y mi cabello largo.
Seremos dioses.
Miraremos desde nuestra altura
cómo se despedazan
los hombres
en su afán de trabajo
en su atraso de vida
y nos olvidaremos de las horas vacías,
de las camas que nos esperaron tantas
noches en vano.
Nuestros cuerpos ya no tendrán sed
ni esperarán hambrientos.
Nos olvidaremos del hombre que se mató
a sí mismo cuando se robó sus estrellas,
tendremos nuestra propia estrella
para que todos la compartan cuando les dé la gana
o esa cosa que se llama tiempo.
Miraremos desde nuestra altura
los muñecos que no quieren vivir
y que insisten en sembrar el hambre
para matar la paz.
Cuando esto ocurra,
cuando nuestras manos se encuentren
liberadas de plumas y bolígrafos,
de cuadernos y cuentas,
cuando se eleven por encima de los relojes
o más allá de los pesos miserables,
cuando esto ocurra,
nuestro amor despertará la tierra,
nuestro cuerpo despertará el amor
y en los labios temblorosos que se buscan
habrá un beso
ante la puerta de nuestra casa
y dejará de importar
que nazca un hijo o no sobre la tierra.

ESO

Granjas pisoteadas por extraños
y compañías vendidas,
eso eres tierra mía.
No comerás tus frutos
ni beberás tu leche.
Tus frutos
y
tu leche
robados
para extraños.
Tu suelo
ávido
breve
sudor
ardiente
baldío
amargo
estéril
sudor
de pueblo
batallador
lloroso
muerto.
Tierra,
tus frutos
son comidos
por hombres mutilados
colmados de venenos,
por manos asesinas
que enferman
y adormecen.
Tus hombres son esclavos
de un tirano escondido;
tus mujeres son maltratadas
por garras invisibles
que no dejan oír su lamento.
Eso somos.

EL NUEVO SIGNO

Cuando mi cuerpo sea como la piedra
en que ahora estás dormido
y mis manos reduzcan su contacto
a una mueca esquelética que dé asco,
cuando la sed haya agotado sus posibilidades
y mis ojos no sean sino fantasmas
rondando por tu cama,
cuando mi piel no espere más el roce
de tus dedos
y sea ya un conjunto de hojas secas,
cuando camines por el parque
mirando los despojos que han dejado los perros
y mi voz sea un susurro
que se perdió en el viento,
cuando esta mano mía no llegue ya a tu cuerpo
y el fuego del hogar caliente
para otras piernas y otros besos,
las piedras rodarán abriéndose
a una nueva figura.

EL CABALLITO BLANCO DE CARTÓN
a mi papá,
a mi mamá.

Calles que se perdieron entre el gris de
los días manchados de asfalto,
trenes y carretillas que no dejaron oír más
su voz de villancico nuevo.
Horas que pasaron con el sabor
de un dulce robado en nuestra boca.
Risas que se perdieron en la esquina
junto al bullicio de los niños.
Bombillos de colores que murieron,
conversaciones que apagaron sus voces
con el rumor callado de las estufas viejas.
Sonrisas que tocaron una caricia fría
dando vida a unas manos que antes eran estériles.
MAR
La inmensidad que no le cupo al hombre
tampoco fue posible hacerla en ti.
El agua te hizo,
             eres grande.
El agua no te cupo,
              eres pequeño.

ANTIPOEMA UNO

Miro los pedazos vacíos de mi soledad
y te siento a ti.
El reloj marcando eternamente los minutos
y la mina del bolígrafo atascada en la mitad del disco
que no puede caer porque ha perdido
su sonido,
es lo único que me acompaña.
Y mi mano continúa vacía frente a mis ojos
que preguntan inquietos qué pasó
con los dedos que la noche pasada la rozaban.
Y una hormiga camina
mientras un señor en el televisor afirma
que se puede ser millonario comprando
unos papeles,
y el periodista miope, desde su gran sabiduría
filosofa con unaflorparamascar sobre el ateísmo
y que pablusgallinazus es un mísero burgués
costumbrista como todos.
Y al otro lado, en la ciudad que era mía,
una cinta estatifica las palabras de mis amigos,
de los que siguieron viviendo
o murieron
cuando les dio la gana.
La máquina de escribir
me mira irónica
y amiga del papel
me rechazan los dos.
Y de nuevo el hilo telefónico lo han
cortado.
Y camino la noche donde golpea la lluvia
mientras suena una flauta destemplada
en mitad de los vientos.

MINIANTIEPIGRAMA

Miré el fondo de un vaso
sin querer,
y encontré el mundo
y tu sonrisa
reflejado
en mis dedos.

LA SOMBRA QUE SE QUEDA

Mañana, cuando sea de noche y el sol
se haya metido entre sus piernas,
caminaré.
La ciudad dormida, de gentes que asesinan
su mejor momento entre el olor
a sábana y cobija
me verá pasar
y las risas ahogadas de un murmullo,
conversación que no fluye
a la hora del té,
estarán frente a mí
salvaguardando las vitrinas inertes
mortecinas por tan poca luz en el momento
en que tendrían que abrirse al paso del amor.
Y todos
sabrán de mi insistencia por salir a la calle
tratando de rescatar un poco el aire
atrapado en las rendijas de las puertas
donde se murieron los gatos.

DESPUÉS DEL TIEMPO

En la sombra te llamo,
entre palabras hoy no familiares
parecidas a las cuentas vacías.
Invoco el nombre nuestro
y nadie me responde,
los espejos se burlan de mi cara
y mis brazos se confunden con plomo.
Sin embargo,
sé que un día te tuve,
fuiste como las aguas de mi baño,
como el río depositario de las voces de paz
sobre la tierra.
Escucho tu pisada, alejándose.
Salgo a recuperarte pero no encuentro
a nadie, sólo al gato
partiendo mi sombra con la luz de sus ojos.
Te hablo y no respondes,
nuestros nombres se perdieron
detrás de las espadas,
cuando la música se ahogó
sobre los puentes.

A VECES

A veces,
cuando quiero olvidarme que este mundo
es un asco
y no lo consigo con un vaso de vino
leyendo a Borges o escuchando a Pablus,
salgo a la calle
a las tantas de la madrugada
y siento
el frío de la noche rozándome los pómulos.
No consigo olvidar
que en los países libres la prostitución
tiene status,
que las respuestas se las dan a los niños
en clisés fotográficos,
que a unas hambres se les niega su pan
y a otras el derecho de serlo,
que la filosofía la venden aquí y allá
en envases de latón,
que entre los avisos clasificados aparece
de pronto uno que dice: vendo un libro robado.
Olvidar que hay preguntas que nadie quiere
hacerse
Y lugares con rótulo en la puerta: prohibido
ser limpio.
Olvidar que hay cenizas y
dentífricos. Olvidar…
A veces,
siaveces
me gusta simplemente
caminar por la noche
pensando en las estrellas.

CADA FINAL DE NOCHE

Cuando tus rayos caen,
sol,
sobre la tierra
y se levanta polvo
al paso de los camiones y bicicletas;
cuando el hielo de la noche
se rompe
y mis manos se quiebran
preguntando
si trae la mañana
algún amigo;
cuando empieza la gente
a salir de sus casas
y los obreros
se levantan cansados
por una dura cama
después de una jornada de mil botones
diarios;
cuando los niños de la cuadra
distraen su hambre jugando bolas
y sus pies comienzan a ensuciarse;
cuando los que aún no han dormido porque
la noche no les dio cobijo
buscan un saco para tapar su frío;
cuando el hombre que vende los maníes
recomienza su grito...
Cuando el día se abre,
yo me pregunto
por centésima vez sin encontrar
respuesta,
a quién
le puedo regalar estas palabras.

UNA FLOR SE HA IDO

Ya tú sabes rosita que quedan
pocas flores en el mundo, desde
el día de tu muerte hay una menos.
Todos se creen con derecho
a exigirte que obres según su decisión.
Si llevabas o no el cianuro en el cuello,
si llevarlo era amar más o menos
no es asunto que nos permita elucubrar
indefinidamente
sobre las novecientasnoventaynuevemil
formas de hacer el amor
que practican los vedas.
Es tuyo el amor,
era tuyo el cianuro.
Es tuyo el hijo,
era tuya la forma.
Fallaste o te falló la vida,
tu compañero de viaje,
el claro azul celeste de tus cielos...
o tal vez sólo pensaste en todo esto
y por eso lo hiciste.
No puedo saberlo,
nadie puede,
ni Pablus que te amó más que nosotros.
Sólo quiero que sepas
que has dejado a tus amigos
en mitad de muchas carreteras,
a la entrada de los cines,
a la salida de las fuentes de soda.
Nos dejaste tan solos
como a Eneas,
como el canto de un gallo en la ciudad,
tus palabras resonando
en cada una de las detonaciones y los tictacs.
Tal vez era lo justo,
mientras tú cabalgabas delante de nosotros,
en medio de los carros
para llegar a otras regiones del mundo.
Desde el día de tu muerte
hay una boca menos en la tierra
para pedir comida por los otros.
Ha mermado la fuerza
de los que no sabemos entender
cómo sigue la vida,
el día
y hasta la misma noche
en que el embolador cansado duerme
en la banca del parque,
en que el niño harapiento descuelga
su barriga desnutrida
en las gradas del bus.
Rosita
te pido que protestes,
que grites ante el mundo
la angustia de todos los que no tienen
suela en los zapatos.
Has partido, Rosita,
porque te dio la gana
y nosotros miramos tu sonrisa
de antes
y nos quedamos tristes.

JULIO ARENAS
a eduardo

Julio se murió un día.
Murió sin avisarnos
y sin pedir permiso a sus amigos.
Julio
se llevó todos los poemas que tenía
en su pecho
y las revoluciones que proclamaba
su fusil...
Julio se rindió ante la muerte
y nos hirió.
Hirió
con un rayo gigante
a los que alguna vez nos acercamos a su estudio,
a los poderosos
y a los menesterosos que lo amaron.
Julio se durmió un día con fobia a levantarse,
la bala –en una cama de hospital– lo asesinó.
Hoy lo llamo,
hay otros que lo llaman y recojo sus voces,
sus ansias.
Julio viene a esta página,
pero ya viene muerto.

MOHAD ZAHID

Un hombre,
como otro cualquiera,
pero un día
se me puso delante
y empezó a caminar al lado mío.
Acaricié su barba
y le di unos poemas,
también amor.
Él caminaba con un paso ligero,
sonreía a los niños
y masticaba chicle.
Miraba la tarde
mientras yo le enroscaba la mano
en su cabello largo.
Era un tipo estupendo,
aunque hoy sus ojos miren campos
de cebada muy distintos,
un muchacho de pantalones blancos
y buzos amarillos o azules,
que creía en los kibutz
y en muchas otras cosas.
Hoy está en un kibutz,
en un punto del mapa
que ni tú ni yo conocemos.
Me tomó de la mano
(casi por la fuerza, suavemente)
y tenía los ojos con un color almendra,
me dio amor.
Mohad,
(se llamaba así, sabes?
debe llamarse así)
era un hombre cualquiera,
es indudable,
hasta tenía defectos
y de esos que la gente considera más graves
pero la diferencia existe
no me la inventé yo.
Era un chico estupendo.

ROBERTO CARTAGENA

Lo conocí una tarde
cuando ambos estábamos cansados.
Nos pusimos a bailar
para olvidarnos de la soledad,
de la vida,
para olvidarnos de la vida,
de la soledad.
Desde luego
no lo conseguimos,
así empezó
así fuimos amigos
y recorrimos calles:
los bares de Santiago,
los cafés de Luisiana,
caminos de Ámsterdam
y bailamos los bailes de oriente
y de occidente.
Eso fue todo.
Él se llamaba Roberto Cartagena
siempre nos llamamos de alguna manera.

SUSANA CASTILLO O CUALQUIER OTRO NOMBRE

La guerrilla y las balas
la dejaron marcada.
Cuando la conocí, reía
y oía música,
tenía la discoteca más grande de occidente,
pero oír un fusil la estremecía
y si se caía un libro
le temblaban las manos.
Era llena de gracia como
Isadora Duncan
pero miraba triste
porque los niños de su tierra
no reían
y la sal de Bolivia tenía nombre propio
y las aguas del cielo de Bolivia
eran para unos pocos.

LA HISTORIA DE UNAS NOCHES

Federico
un muchacho
que conocí
en esas clases que hacemos los poetas
gastándonos la voz y la paciencia.
Federico salía por las noches a vivir,
algunas veces acompañado
algunas salía solo
algunas no salía,
como yo,
que me quedaba leyendo las diversas historias
de Aladino o Eneas,
los juegos de abalorios o las danzas de
lluvia,
o los sueños de los enanos tristes.
Federico buscaba,
no sabía siquiera que el mundo se quedó
sin estrellas,
buscaba por las noches
y de día,
sus ojos siempre estaban limpios,
tan limpios como el vidrio.
Federico me hablaba en las mañanas,
mientras caminábamos
por jardines remotos y por palacios chinos
de esos en que se toma el té a cualquier
hora de la tarde mientras la sombra de los
gatos se pierde en las vitrinas.
Federico me hablaba de sus noches.
Eran noches pesadas,
noches de angustia,
en ellas se acumulaba el odio de los césares
y los emperadores,
el odio que los pueblos sentían por esos
señores y por sus vecinos,
también el odio de los señores presidentes
de América Latina,
se acumulaba la tristeza larga del paso
de los años sobre el niño,
el adiós del soldado en la guerra de Asiria,
en la de Vietnam,
en la de los cien años o en la de los mil días.
En las noches de Federico se acumulaba
la náusea
de los paseantes nocturnos en los grilles
de Ámsterdam
o en los bares de México.
Algunos días Federico terminaba cansado
y sus noches se poblaban de sueños
que pesaban como los del obrero
que se cae rendido en brazos de una tabla
crujiente,
y una noche tras otra Federico dormía
como duermen vencidos por el sueño
los que se pierden en un bosque de espinas.
Ese muchacho de mis clases
hablaba de sus días,
días cargados de sudor que sabían al pan
de los remeros.
Después supe,
Federico buscaba las estrellas
que arrebató la guerra en el cuarenta
con sus bombas,
los amores que se llevó la técnica,
los amigos que se robó la máquina.
Federico buscaba las luces de los dioses
tapadas con los últimos pisos
de los rascacielos.
Federico buscaba las medallas de paz
que destruyeron los aviones de propulsión
a chorro.
Federico, el muchacho de mis clases,
se acostaba cada día cansado
sin haber encontrado
una señal.

ESE CUADRO ME GUSTA

Hoy he visto ese cuadro, me gusta.
Te recuerdo.
Recuerdo ese paseo entre los pinos
con el cañón enfrente,
el día que subimos a una vaca
y que volvimos juntos a mi infancia,
a mi infancia sin vacas, sin caballos,
sin mitos,
a mi infancia vacía de recuerdos.
Tú caminabas
con el suéter caído
y me llegabas.
Tu abrazo fue una vez como los hilos
que me tenían el mundo,
tu caricia
como gotas de lluvia
sobre un cuerpo con hambre,
sobre un cuerpo con sed.
Te quise
y te recuerdo…
Ese cuadro me gusta,
eso es todo, como dice Neruda.

TRASCENDIENDO

Mientras caminaba
me encontré con tu mano,
y en esta tarde triste lo recuerdo.
Ante mis ojos hay una montaña,
un pedazo de mundo con un aliento quieto,
ahora tú me acompañas.
Y mientras leo un libro grueso,
te siento,
como la flor del campo,
y el árbol que se mueve en el viento,
como el gemir del niño
y las niñas aquellas que con su mirar
limpio desconciertan el mío tan cargado
de siglos.
Te siento,
como la risa de los muchachitos
que ignoran la traición de la mamá,
como el verde inmensamente quieto
de esa geografía nuestra tan bella y tan partida.
Ahora estudio,
y después regreso a mi silencio
a mi soledad sorda,
a tu sonrisa.
Después,
caminaremos juntos en la noche,
trascendiendo esta tarde.

NOCHES DE DICIEMBRE

…La pluma me ayudó en noches de
alucinación y delirio aficionado
a sentirme todo, antes de dejarla,
para acostarme siendo nada…
Aldemar Rivas
Leyendo a Mallea
he recordado
los sueños del cantor ambulante:
„Las cosas bonitas son las que alguien
escribe en una noche de veinticuatro de
diciembre o quince de agosto‟.
Son las que cuando un río pasa tranquilo
por la casa vecina
alguien pone sobre una hoja en blanco
en la oscuridad de una pieza
sin mayor compañía.
Son las que inspira un recuerdo lejano,
un pálido reflejo de luz
sobre la sábana.
He descubierto
que las cosas bonitas no tienen un poema,
son las que permanecen entre líneas
mientras los hombres cantan, bailan
o toman alrededor de un árbol.

AÑO NUEVO

Cuando una rosa sale
en mitad de la calle
del fondo de un café
o una sala de cine,
acompañada de tres o cuatro rostros
no masíficos,
te sonríes y piensas
tal vez empezó un año nuevo,
pero la rosa dice:
es el mismo.
Entonces
al fondo de un café
o una sala de cine,
entre prostitutas y leydies
descubres de pronto
tu ceguera de siglos

CANCIÓN DE LAS PRIMERAS CALLES AMARILLAS
                                       a fanny

En el amanecer de las alondras
será de nuevo Dios
y las estrellas,
serán los hombres.
Serás tú, amiga mía,
quien vencerá a los césares,
será otra vez la tierra.
En el sembrar de la semilla
habrá de nuevo luz
y el pan
alcanzará para comerlo todos
setentaysiete veces siete.
En el partir del pan
perecerán ahogados los ejércitos
de los emperadores de la tierra
y del señor feudal de cada pueblo.
(Se acabará el Viet-nam
y la violencia que arrinconó en los hoyos
de la calle tanto cadáver vivo)
Y morirá la muerte
cuando resuene para todos la música
que tienes en tu entraña
y en la entraña de cada pez y cada mar
del mundo.
En la nueva morada,
que surgirá cuando este siglo se redima
de tanta suciedad,
será por fin el reino,
será el amor de todas las pupilas
que miran los puentes
por encima de todos los
latones de basura,
las tarjetas de crédito,
los préstamos internacionales,
las libertades pagadas
con sudores de esclavo.
Será tan sólo tu mirada
penetrando como agua en la aridez
de cada roca.
En tu camino,
entre las sombras del muerto de la esquina
y la ciudad dormida
por el estupefaciente de una promesa
alienante cada día y el siguiente también,
se oyó tu voz.
Tu voz atravesó los bares
y las canchas de bolos o ping pong,
tu voz,
que sacudió a los muertos para traerlos
a la vida.
Y en cada vuelta del camino
recogió un pie para lavarlo.
Y tu cansancio,
construido por siglos de búsqueda agobiante,
se sentó en una mesa,
la mesa que ignoraron los grandes
y el poder
la mesa de los desprestigiados,
para acabar con los vinos madeinusa
y regresar al jugo de la vid
y desembriagar a Noé.
En las primeras calles amarillas
estaremos desnudos,
seremos como el cisne que vivió después
de haber cantado,
como el ángel que recobró su humanidad
cuando se le partió la espada,
como el tigre que regresó a su fuerza en medio
de un rascacielos.
En las primeras calles amarillas
estaremos,
frente a una misma chimenea,
con la mirada libre de temor o pesar,
fumando el cigarrillo de la paz
y escuchando la historia de la creación
del mundo por un niño inocente.
En las primeras calles amarillas
la lluvia de las estrellas
se encendió en los parques,
abierta a todo festival
y era de nuevo Dios
y eran los hombres.

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