Realizar esta reflexión, es
particularmente difícil, para alguien que como yo, quiere seguir inscribiéndose
en una tradición religiosa que a todas luces ha ejercido y ejerce múltiples de
tipos de violencia contra las mujeres… difícil, porque se habla no sólo desde
la indignación del propio ser, sino desde el dolor que causa una herida
sangrante al interior de la propia familia. Es necesario, sin embargo, decir
esta palabra… esta y otras similares… porque nuestra dignidad de mujeres nos
obliga a ser conscientes de lo que jugamos, ganamos o perdemos, al permanecer
en ciertos lugares y querer cambiarlos, o al rechazarlos y renunciar a esos cambios
por considerarlos inviables e imposibles. Esta mirada la realizo especialmente
desde la tradición católica, no porque crea que es la única que ejerce
violencia contra la mujer, sino porque es la mía y es la que más conozco. Con
este punto de partida explicitado, vamos entonces, a detallar de manera
introductoria, algunas de esas violencias.
Sin caer en añoranzas ni en
idealizaciones sobre paraísos perdidos
inexistentes, sí es necesario reconocer que en las primeras etapas de la
civilización de la que somos deudoras y deudores, tenemos vestigios de una
época, en la que, como dice Riane Eisler, durante la cual:
“Toda la vida
estaba impregnada por una ardiente fe en la diosa Naturaleza ,
fuente de toda creación y armonía. Esto condujo a un amor a la paz, horror a la
tiranía y respeto por las leyes. Aún entre las clases gobernantes parece
haberse desconocido la ambición personal; en ninguna parte encontramos el
nombre de un autor adosado a una obra de arte, ni un registro de las hazañas de
un gobernante”
(1).
Se trata de formaciones sociales, en
las que la mujer no está excluida del ámbito de lo sagrado, sino que por el
contrario, su función mediadora es importante y las representaciones de la
divinidad están atravesadas por un fuerte reconocimiento al mundo y al cuerpo
femenino.
Esta realidad, sin afirmar o negar,
que hubo sociedades matriarcales, es
un hecho que atraviesa casi todas las culturas de pueblos con un grado X de lo que llamamos desarrollo y fue particularmente fuerte en nuestros pueblos amerindios:
“Antes de la existencia de iglesias y templos, los seres
humanos se comunicaban directamente con el Espíritu Sagrado sobre el cuerpo de
la tierra, abrazados por la grandeza del cielo. La Naturaleza fue experimentada
como una creación fluyente de lo divino: un templo en el desierto donde se
podía reconocer lo sagrado de la vida sin
intermediarios. La tierra fue considerada como la forma física del Gran
espíritu: el cielo fue el espejo que mostró la inmensidad infinita del Ser sin
forma que hizo nacer toda la creación” (2)
Posteriormente en casi todos los mundo
religiosos asistimos a una lucha de poderes entre los sexos, que se refleja y
culmina en el destierro de los panteones, de las deidades femeninas. Una de
estas batallas, particularmente encarnizada, se libra a todo lo largo de la
formación de la escrituras hebreas. En este sentido, en esta tradición nos
encontramos con varios ejes: Los textos llamados proféticos desarrollan por
primera vez en la historia de la humanidad, una metaforización denigrante y
perversa del cuerpo femenino… la mujer empieza con ellos, a identificarse con
el pecado, la infidelidad y la caída, en ocasiones con imágenes sumamente
violentas y degradantes. De otro lado, en los textos llamados sapienciales,
encontramos un debate permanente, una constante dialogía, según las
propuestas del crítico literario Mijail Bajtin, que da cuenta de las luchas
entre representaciones más naturales y positivas de la mujer, entrelazas con su
identificación con la Sabiduría o la
Shekinah y representaciones que la condenan como el origen de todo mal
moral.
Es claro que la praxis y la
predicación de Jesús el maestro galileo, se ubican por completo en el otro lado
de estas luchas y su discipulado de
iguales, reconoce a la mujer en la plenitud de su ser y de su aporte. Pero
es claro también, que en las distintas iglesias que nacen a partir de su
palabra, la práctica violenta contra la mujer, se retoma con toda su fuerza…
salvo en los grupos que se entrecruzan con las corrientes gnósticas del
pensamiento de la época, en los cuales el papel de la mujer continúa siendo
central.
EN LOS PRIMEROS TIEMPOS, LOS PADRES DE LA IGLESIA.
Los primeros siglos del cristianismo,
son siglos de fuertes tensiones entre las nacientes comunidades. Una de las
causas principales de estas tensiones se enraíza precisamente en la discusión
en torno al papel de la mujer en la Iglesia. Ante la fuerza que tienen las mujeres en
el movimiento de Jesús, fuerza de la que subsisten inocultables testimonios,
surgen con firmeza y sin rubor las primeras violencias… violencias que se dan
prioritariamente en el nivel de la representación y los imaginarios. Los Padres de la Iglesia releen los relatos
del Génesis, convirtiendo a Eva, de la madre común de los mortales, en la
primera causa de pecado en el mundo.
En un bello poema gnóstico, podemos
ver las huellas de este proceso:
TRUENA MENTE PEFECTA
Yo soy
el principio y el fin.
Soy la
honrada y la escarnecida.
Soy la
puta y la santa.
Soy la
esposa y la virgen.
Soy la
novia y el novio,
y es mi
esposo quien me engendró.
Soy
conocimiento e ignorancia…
Soy
necia y sabia…
Soy
aquella a quien llaman vida [EVA]
y
vosotros le habéis llamado muerte. (3)
Los Padres de la Iglesia, en general desactivan la actitud
revolucionaria de Jesús ante y con las mujeres, satanizando el cuerpo de la
mujer, como ocasión de pecado e instaurando en la tradición eclesial, la
nefasta oposición entre María (la
mujer virgen, sin tacha, inmaculada…) y Eva
(la mujer pecadora, portadora del mal). Aunque algunos estudiosos plantean que
en ellos se da una tensión entre la influencia del ambiente que subvalora a la
mujer y su fidelidad a la praxis de Jesús, la verdad es que este conjunto de
varones religiosos, reinterpretan y manipulan la Biblia, para lograr arrinconar a la mujer.
En un extremo de este espectro,
Tertuliano dice:
“Vosotras sois la puerta del infierno… tú eres la que le
convenció a él a quien el diablo no se atrevió a atacar. No sabéis que cada una
de vosotras es una Eva ? La sentencia de
Dios sobre vuestro sexo [???] persiste
en esta época, la culpa por necesidad, persiste también” (4).
Y en el otro extremo del tiempo y del
espacio Isidoro de Sevilla, en sus Etimologías,
saca las consecuencias de esta visión y plantea:
“Las mujeres están bajo el poder de los hombres, porque
con frecuencia son espiritualmente inconstantes, por tanto deben ser gobernadas
por el poder de los hombres” (5).
Este proceso tiene uno de sus puntos
fulminantes en la reflexión en torno a la sexualidad que culmina Agustín de
Hipona. Agustín proyecta sobre el cuerpo y la sexualidad humana, todo su pasado
maniqueo, convirtiendo así al ser humano, especialmente a la mujer en una
permanente dualidad que se debate entre su espíritu bueno y su carne mala.
Igualmente su reflexión lleva a una relectura de los relatos del Génesis que
sustenta esta propuesta maniquea, como lo plantea en su investigación sobre el
lugar de la mujer en la Iglesia, el teólogo Hans Küng:
“Por su experiencia personal del poder de la sexualidad y
su pasado maniqueo, Agustín -a diferencia de Pablo, que nada escribe sobre
ello- relaciona la transmisión del pecado
original con el acto sexual y con la concupiscencia, el deseo carnal, egoísta que lo acompaña. En general Agustín
sitúa la sexualidad en general, en el centro de la naturaleza humana” (6).
La condena de la sexualidad y la
condena de la mujer y de su cuerpo se retroalimentan en la Iglesia. Es a partir
de esta dinámica desarrollada por los Padres
de la Iglesia, cómo se culmina una
de las mayores, sino la mayor, violencia simbólica que conoce la historia de
Occidente, la violencia ejercida contra María de Magdala (y en ella, contra
todas las mujeres), a quien roban su identidad, su subjetividad, su praxis
histórica, su memoria… y después de haber sido una de las principales líderes
del movimiento de Jesús, la convierten en una prostituta arrepentida que llora,
eternamente sus pecados, mesándose sus cabellos.
UNA LARGA, OSCURA Y PELIGROSA EDAD MEDIA
La historia de las mujeres al interior
de las Iglesias es más compleja de lo que a primera vista pueda parecer… y
esto, porque la cercanía de la mujer a lo sagrado, es un hecho
histórico/cultural, que desde el punto de vista antropológico, no ofrece
discusión, y no ha sido fácil a los varones eclesiales rebotar constantemente a
las mujeres, a los márgenes de las iglesias. Los períodos de mayor violencia
eclesial contra las mujeres, coinciden con períodos en que ellas han ejercido
poder, o se han escapado de una manera u otra al control masculino. A lo largo
de la edad media europea, las mujeres tuvieron distintos grados de poder en sus
iglesias locales: las abadesas, canonesas o simplemente las madres de distintas comunidades… fueron mujeres autónomas,
sujetos de decisión y de palabra, que desarrollaron constantes prácticas innovadoras
en las que expresaron su experiencia religiosa, más allá de los estrechos
márgenes en los que siempre se les quiso recluir.
Uno de estos períodos difíciles de la
iglesia, durante el cual, las mujeres resistieron en muchos sentidos a la
dominación patriarcal es el período tristemente célebre de la persecución y la
caza de brujas. Por momentos la iglesia no parecía capaz de controlar el
pensamiento, las creencias y la praxis de muchos hombres y mujeres que desde
los márgenes plantearon otros caminos para la vida, para la muerte, para la fe…
El santo
oficio se inaugura entonces, como una nueva forma de control absoluto,
para perseguir y aniquilar a todos aquellos y aquellas que no cedieron ante las
presiones y ante las condenas morales…
“La inquisición se instala
durante el papado de Gregorio IX, después de 1229, entregándosele a los
dominicos la responsabilidad de su funcionamiento como tribunal eclesiástico
especial. Su organización en España se realizó en la segunda mitad del siglo
XV. Se crearon tribunales del Santo Oficio en Lima y Méjico. En Chile se inició
en 1572, eliminándose en 1811 por decisión del Congreso Nacional.
“Para el historiador
británico H. R. Trevor-Roper, la articulación de la brujería y la herejía en un
sistema coherente, habría sido obra de la iglesia católica medieval. Habrían
sido sus intelectuales los productores del contenido de la herejía, del
comportamiento esperado de las brujas y de los procedimientos para extirparla.
En este sentido el desarrollo de la demonología en la cultura política de la Baja Edad Media
y el Renacimiento contiene el arma política que permite la detección y
destrucción de aquello que aparece como diferente y distinto, como podían haber
sido las creencias populares campesinas pre/cristianas. El mismo autor resalta
el hecho de que una vez que la demonología de la iglesia es creada e impuesta
por el clero, adquiere vida propia, llegando a ser parte de la percepción del
universo que comparten luego la mayoría de los europeos” (7).
Esta caza de brujas desatada entre los
siglos XIII y XVIII, permite dar rienda suelta al odio y al miedo reprimidos
durante siglos, por parte de los varones eclesiales hacia la mujer. Impresiona
profundamente leer hoy, tanto el texto del
Martillo de Brujas, como los procesos desatados contra millones de
mujeres. El mundo de los demonios y de las brujas, es una creación de las
mentes masculinas enfermas de miedo y de envidia ante las mujeres
independientes. El papa Inocencia VIII, en su Bula sobre las Brujas, nombra inquisidores en 1484 a los dominicos
alemanes Sprenger e Institoris, quienes elaborarán posteriormente, el texo del martillo…Es claro a cualquier mirada
desprevenida, que no se trataba de defender ninguna verdad, sino que por el
contrario, se trataba de encarnizarse, por medio de una dinámica delirante, contra un enemigo muy temido y odiado.
Una de las cosas más graves de esta
violencia física, sicológica y espiritual, masiva contra las mujeres, es que la
iglesia no ha realizado, ni creo que piense realizar una revisión a fondo de
estos procesos y un reconocimiento del inmenso pecado cometido. Durante este
oscuro y tenebroso período las mujeres tuvieron que ocultarse, callarse,
mimetizarse… porque en ello les iba la vida:
“La cacería contra ellas fue una especie de delirio que
anduvo in
crescendo, hasta alcanzar su cima en el
siglo XVII. Desde que Juan XXII pidió un mayor rigor en contra de las mujeres
que se salían de las normas del matrimonio o del convento (las beguinas, por
ejemplo, que se reunían para orar y trabajar, pero no pronunciaban votos), en
1320, la inquisición se dedicó a la eliminación
física de todas las mujeres que alcanzaron algún grado de sabiduría, que
evidentemente para ellos, sólo podía venir de un contubernio con el diablo.
“Médicas, curanderas, enfermeras, conocedoras de las
propiedades medicinales de las hierbas, comadronas capaces de disminuir los
dolores del parto, de provocar un aborto, o de saber escoger entre la vida de
la madre y del hijo o hija, todas ellas competidoras de los médicos de las
universidades, fueron torturadas hasta confesar su delito de apostasía o de
brujería y luego quemadas vivas para la salvación de su alma…
Ocho millones de mujeres, por lo menos, subieron a la
hoguera, a lo largo de cuatro siglos, un genocidio que se prolongó por una
misoginia vehemente e irracional sin precedentes…” (8).
Ante la magnitud del aconteciendo es
imposible rastrear la identidad concreta de tantas mujeres anónimas asesinadas.
Es importante sin embargo ver algunos de los casos representativos, porque la
injusticia y la violencia tienen siempre rostros concretos. Uno de los más
especiales, es el caso de Juana de Arco, primero declarada bruja y quemada como
tal y luego, santificada por la misma
institución que le acabó la vida y la llevó a la hoguera.
La lectura atenta de las actas de su
proceso y el estudio que sobre su caso, realizó Jules Michelet, especialista en
el tema (9), puede iluminar bastante sobre la raíz de este desconcierto
eclesial. Juana era una campesina sencilla y humilde, que se abrazó por un gran
amor, hacia la causa de la liberación de Francia frente a los ingleses… nadie
más alejado que ella de la figura de la
bruja, más cercana a otros terrenos, como la biología, la enfermería, la
medicina… Se trataba de una joven más o menos simple, pero definitivamente
libre, autónoma frente a la autoridad patriarcal y con una convicción profunda
de que debía cumplir una tarea. Y esta libertad y autonomía femeninas, es lo
que menos tolera el patriarcado.
Leemos en Michelet:
“La singular originalidad de
esta muchacha, lo hemos dicho, era su buen sentido en la exaltación. Cómo
se verá fue eso lo que volvió implacables a sus jueces. Los escolásticos, los
razonadores que la detestaban como inspirada, fueron tanto más crueles con ella
al no poderla despreciar como loca y por que
ella a menudo supo hacer callar sus razonamientos con una razón más alta” (10).
A lo largo del todo el proceso, los
jueces quieren llevarla a un terreno en el que les sea más fácil la condena,
constantemente quieren hacerla resbalar hacia terrenos peligrosos. Ella sin
embargo, no sale de su argumentación siempre la misma: ella tiene una misión
que es histórica, que es política, de liberación de su país… y en lo demás no
tiene nada qué decir.
La clave, a mi juicio, del odio y
encono que despierta, la encontramos igual que en otras mujeres, en que no
acepta la mediación eclesial y varonil
para su experiencia espiritual. Juana de Arco, se siente llamada a esta labor
patriótica, a partir de una experiencia místico/religiosa… y en el terreno de
esa experiencia, ella no reconoce ninguna otra autoridad, sino su propia
vivencia. La oposición radical que la lleva a la muerte, es la que, sus jueces
y examinadores la obligan a
establecer entre:
Sus Voces Interiores v.s. La Autoridad Eclesial
Esta oposición, la encontramos otra
vez explicitada en Michelet:
“Entonces le dijeron que
había que distinguir, que existía la iglesia triunfante, Dios, los santos, las almas gloriosas, y
la iglesia militante, dicho de otra manera: el papa, los cardenales, los
clérigos, los buenos cristianos; esta última Iglesia, perfectamente reunida no puede equivocarse y es gobernada por el
Espíritu Santo. – No te quieres,
entonces someter a la Iglesia militante ?
-He sido enviada al rey de Francia por Dios, la Virgen María , los
santos y la Iglesia victoriosa de las alturas; a dicha Iglesia me someto, yo,
mis obras, lo que he hecho y lo que haré.
–Y la Iglesia militante ? -Por
ahora no responderé más…
“… Pero en esa santidad
misma, como en la de todos los místicos había un lado atacable: la voz secreta igualada o
preferida a las enseñanzas de la Iglesia, a las prescripciones de la autoridad;
la inspiración, pero libre; la revelación, pero personal; la sumisión a Dios,
cuál Dios ?, el Dios interior
(11).
Aquí encontramos las claves de tanto
odio y desacierto. Juana no hace mal a nadie, puede estar equivocada o no,
respecto a su estrategia militar… la equivocación en este terreno, sería
normal, en una muchacha campesina, sin mayor formación o experiencia… Pero lo
que no se le puede perdonar y debe pagar con su vida, es su capacidad de
afirmar que su relación con Dios, se da, sin la mediación de los clérigos. Son
ellos, los que la matan y luego en el desconcierto y temor de sus culpas, la
vuelven santa.
Casos anónimos similares, hay muchos.
Algunos ha sido estudiados en detalle, otros menos. Ahora, quiero rescatar otro
nombre, por todo lo que significa el odio y la violencia hacia y contra Las Beguinas, se trata de Margarita Porete, beguina y maestra
espiritual reconocida, quien es declarada hereje y quemada en la hoguera, en
1310. Su caso, como otros, no puede mirarse aisladamente, la persecución contra
ella, es una persecución a lo que representa, en su proceso se juega el destino
tanto institucional como simbólico de esa mujeres valiosas, valientes y
originales que fueron llamadas beguinas a
lo largo de la Edad Media
europea.
Las beguinas son reconocidas hoy, por
la mayoría de los y las historiadoras, como fundadoras de una gran cultura,
sustentada en una fuerza espiritual grande. Surgen espontáneamente por toda
Europa, durante los siglos XIII y XIV:
se dedican al cuidado de los enfermos y abandonados y abandonadas, al
estudio de la Biblia y de la teología… todo ello, desde una profunda
experiencia mística y religiosa. Las beguinas viven en comunidad, sin someterse
a una regla o a una jurisdicción masculina, discuten entre ellas las
escrituras, se confiesan unas a otras y salen al paso de múltiples necesidades
sociales. Sus aportes son muchos, pero podemos señalar dos ejes de su vida y
trabajo, como especialmente significativos:
* La creación de una corriente
espiritual cristiana, que une la experiencia mística con la acogida y el apoyo
al otro y a la otra, bastante tiempo antes de la fundación de Ignacio de Loyola
*
El desarrollo teórico y poético de las lenguas vernáculas, conocidas
como lenguas vulgares (el flamenco,
el español, el francés, el italiano, el inglés…)
No queda más, sino preguntarse, qué
pasó para que un movimiento social, religioso y cultural de esta envergadura y
naturaleza… fuera perseguido con tal saña y se pretendiera borrarlo de
la faz de la tierra y de la memoria de hombres y mujeres. La respuesta a esta
pregunta, surge de la profundización en la realidad que las beguinas crearon:
“Mujeres que hablan. La trasgresión que representa este
acto no reside propiamente en el hablar. Las voces que suenan en el interior de
los espacios privados, femeninos, no son trasgresoras en sí mismas. La
trasgresión está en que se las oiga. Es el decirse en público lo que irrumpe
como perversión en la escena de la Baja Edad
Media. A quién hablan ?
Hablan en los conventos y en los Beguinatos, en las plazas y en los
puentes, discuten y hablan entre ellas. Pero el fuerte impulso
trasgresor de la voz femenina en el siglo XIII se encuentra en que habla para
todos y en voz alta. Ciertamente que la práctica de la mediación femenina, es decir la existencia de una enseñanza
femenina en círculos de mujeres (como parece poder comprobarse en Hadewich de
Amberes) es un hecho importante, nuevo no tanto por su existencia como por
trascender los límites del convento y proponerse
tácitamente como paralelo o sustituto a la mediación masculina; pero en
general la fuerza de su palabra está en que ese magisterio se propone globalmente,
en que esa palabra de mujer se hace portadora de una autoridad pública, de un
carisma (12).
En este contexto, Margarita Porete,
autora de El Espejo de las Almas Simples
es declarada hereje y quemada en la hoguera. Revisando
su texto, que ha sido rescatado por las feministas europeas y editado
nuevamente, es fácil explicar este proceso. Como la mayoría de las beguinas,
Porete hace parte del movimiento espiritual de Occidente en el siglo XIII y
este movimiento además de otras características ha sido definido, como un
movimiento del Libre Espíritu. Nos encontramos pues, igualmente siglos ante de
Lutero, con una corriente de arraigo femenino que reclama libertad en la
interpretación de la vivencia religiosa y de las Escrituras.
Todo
el movimiento del libre espíritu, cuestiona
la autoridad de un discurso masculino cerrado a otras posibilidades distintas
al conocimiento que viene de la razón. Margarita
Porete , lo dice claramente en el paratexto con el que abre su
ESPEJO:
Vosotros
que leeréis en este libro
si lo
queréis entender bien
pensad
en lo que diréis,
pues es
duro de comprender:
os hará
falta humildad
que de
ciencia es tesorera
y de
las otras virtudes la madre.
Teólogos
y otros clérigos
no tendréis el entendimiento
por claro que sea vuestro ingenio
a no ser que procedáis humildemente
y que
amor y fe juntas
os hagan superar la razón,
pues
son ellas las damas de la casa” (13).
Lo que no soportó la iglesia en esos
siglos, fue la autonomía y la independencia de esta y otras mujeres. El Papa,
decreta la bula Ad Nostrum , bajo cuyo amparo se quema a Margarita
Porete y se persigue públicamente a las beguinas, obligándolas a entrar en
conventos bajo dirección masculina o a aceptar para ellas la institución
matrimonial, en caso contrario se les persiguió como herejes y se quemó a
muchas de ellas.
El último caso histórico al que me
quiero referir es al de Juana Inés de la Cruz, mujer y monja destruida espiritual y simbólicamente por la Iglesia y
la sociedad mejicanas del siglo XVIII. En su historia nos encontramos con el
poder maléfico y destructivo que han ejercido los curas sobre las mujeres
durante siglos, a través del instrumento de la confesión y la llamada dirección espiritual.
La confesión ha sido durante siglos,
el instrumento favorito de los clérigos para controlar la vida de las mujeres,
para permitir o no permitir, para orientar,
vigilar y/o castigar… Por este medio millones de mujeres han sido sometidas
a auténticas torturas, a exigencias inadmisibles de la doble y distinta moral
exigida por la iglesia a las mujeres y a
los hombres… Foucault, habla en estos términos del poder de esta práctica:
“La confesión… también es un ritual que se despliega en
una relación de poder, pues no se confiesa sin la presencia, al menos virtual
de otro, que no es simplemente el interlocutor sino la instancia que requiere
la confesión, la impone, la aprecia e interviene para juzgar, castigar, perdonar, consolar, reconciliar; un ritual donde
la verdad se autentifica gracias al obstáculo
y las resistencias que ha tenido que vencer para formularse; un ritual
finalmente, donde la sola enunciación, independientemente de sus consecuencias
externas, produce en el que la articula modificaciones intrínsecas: lo torna
inocente, lo redime, lo purifica, lo descarga de sus faltas, lo libera, le promete la salvación” (14).
Refiriéndose a la práctica de la
confesión en los siglos que van del XV al XIX y en muchos casos al XX, la
teóloga protestante Uta Ranke-Heinneman, nos dice:
“Lo que había sido un
cristianismo claro como la luz del día, se convirtió en sombrío musitar de
confesionario que se concretaba y obsesionaba con indiscreción creciente en los llamados pecados de la carne porque
se creía que en dicha materia no había
nada carente de importancia, según
la decisión romana del 4 de febrero de 1611” (15).
La pregunta a la base de esta
reflexión, es: qué es lo que posibilita que una mujer como Juana Inés de la
Cruz, con producciones artísticas e intelectuales tan importantes como: La
Carta Atenagórica ,
La Respuesta a Sor Filotea o El
Divino Narcizo, termine por llamarse
Yo
la peor de todas… y termine por abandonar todo lo que ha sido su vida,
especialmente en lo que tiene que ver con el trabajo poético e intelectual,
todo lo que le ha dado la felicidad que buscó incansablemente. La reflexión que Octavio Paz, realiza sobre
este itinerario de mujer (16), nos ayuda a comprender cosas que a primera vista
pueden no comprenderse.
Juana Inés de la Cruz, fue siempre una
mujer sin padre… fue una hija
bastarda, que estuvo perseguida siempre por la sombra de la búsqueda del padre. Vivió con su madre,
eventualmente con su abuelo, sin tener nunca la certeza de quién había sido su
progenitor, que no la reconoció… y esto, a pesar de la seguridad en sí misma
que desarrolló en ciertos niveles de su personalidad, configuró en los más
íntimo de su ser una necesidad permanente de aprobación y apoyo, como única
manera de superar sus sentimientos de culpa.
En medio de la crisis desatada en Sor
Juana, por las circunstancias del país de un lado: lluvias torrenciales y
epidemias… y por su enfrentamiento con los varones eclesiales, a raíz de su Carta Atenagórica, de otro… su eterno confesor, el jesuita Antonio Nuñez de Miranda,
inicia con ella una manipulación que terminará por destruirla:
“El Padre Antonio visitaba
todos los conventos de monjas de la ciudad, predicaba en ellos y confesaba a
las religiosas. Sor Juana no era su única hija de confesión. Si Fernandez de Santacruz escribía Cartas Espirituales a las monjas poblanas, Nuñez de Miranda fue
autor de una Cartilla de la Doctrina Religiosa “en la que por medio de un diálogo de preguntas y
respuestas, allanó cuantos tropiezos y dificultades se les pudiesen ofrecer a
las religiosas…” Singular afición de estos clérigos por las monjas… La solicitud de Nuñez de Miranada hacia las esposas de Jesús no era indulgente sino rigurosa. Las
exhortaba continuamente a que guardasen los cuatro votos de pobreza, castidad,
obediencia y clausura…” (17)
Nuñez de Miranda entonces define una
estrategia para vencer las resistencias de esta monja rebelde: en primer lugar
la abandona y se niega a confesarla. Ante sus llamados, se hace de rogar…
espera el momento oportuno: el agotamiento de Sor Juana, ante la emergencia
vivida en el convento por la
epidemia. Al verla agotada física y moralmente, se le acerca
de nuevo, con su dinámica de infinitas exigencias. En esta etapa de su vida,
sor Juana Inés de la Cruz se ha sentido perseguida, calumniada, abandona de
Dios y de los hombres… su madre muere sin rebelarle el secreto de su
paternidad… necesita protección y refugio. El único varón que está dispuesto a
darle ese refugio, le exige a cambio, ser OTRA JUANA… es decir abdicar de sí
misma.
Y lo logra. En el oscuro claustro de
las monjas Jerónimas, en un México conventual a fines del siglo XVII, la misma
sor Juana que portó con orgullo la denominación de décima musa, la misma que tuvo una de las mejores bibliotecas del
Méjico colonial y que se dedicó con ahínco al estudio de las ciencias, la
música, la teología… firma una petición de disculpas, un texto de sometimiento,
en estos términos: “Juana Inés de la Cruz, la más indigna e ingrata criatura de
cuantas crió vuestra Omnipotencia y la más desconocida de cuantas crió vuestro
amor…” El texto sigue en este
tenor… Sor Juana, pide para sí el infierno y la condena eterna, a condición de
ser acogida
nuevamente en un hogar que le dé protección. La Iglesia definitivamente no
perdona a sus hijas rebeldes, mucho más si esa rebeldía tiene que ver con los
caminos del conocimiento y la palabra, tomados libremente por una mujer.
HACIA LA EDAD MODERNA
Podríamos consolarnos, pensando que
estas múltiples violencias que van de la física, a la espiritual, han sido
superadas y que las cosas han cambiado. Pero es claro, que pensar así, sería
equivocarnos profundamente. La Iglesia continúa asignándose en el mundo moderno
el papel de guardiana absoluta de la
moral y continúa igualmente reduciendo la moral a las cuestiones relativas a la sexualidad. En esta
dirección, la mujer es mirada por los varones eclesiales, antes que nada por su
sexo; y en razón de él, sigue siendo portadora del mal, causante del pecado… La
violencia contra la mujer sigue ejerciéndose tanto en el catolicismo como en el
protestantismo, pensando en las religiones mayoritarias de Occidente.
Con la aparición del mundo burgués y
de sus libertades en torno a la sexualidad, fue necesario controlar a la mujer, de manera que no peligrara en cuanto a objeto de intercambio respecto a los
hombres y las familias. Las iglesias entonces se convirtieron en guardianas de
su virginidad,
como medio de dominarlas. La película
testimonial, LAS HERMANAS DE LA
MAGDALENA, nos muestra crudamente,
la violencia física y social a la que son sometidas jóvenes del norte de
Europa, especialmente en Irlanda e Inglaterra, desde fines del siglo XIX, hasta
el inicio del último cuarto del siglo XX: Con la pérdida de su virginidad, la
mayoría de las veces por violación, las jóvenes son enterradas en régimen de
esclavitud en estos conventos/lavanderías, regentados por la Iglesia católica y
la comunidad religiosa de las Hermanas de
la Misericordia, en los cuales se les sometía a todo tipo de tortura y
vejación. Es importante añadir, que la última de estas casas, fue cerrada sólo
alrededor de 1990.
Esta violencia y control sobre el
himen, se expresó en varios tipos de simbología y mitología, muchos de los
cuales arrastramos todavía hoy. Uno de ellos es el velo o corona de azahares de las novias, que deben
expresar por medio de ello, su llegada al matrimonio vírgenes. En una comunidad de Mecklemburgo (norte de Alemania),
leemos en 1907, un informe parroquial de un pastor protestante:
“Se han desposado trece parejas, seis de las novias con
corona y siete sin corona. Pero, por desgracia, una de estas seis acudió al
altar con corona y título de honor
ilícitos. El asunto salió pronto a la luz. El año pasado (1907) sufrimos el disgusto de
que las coronas subrepticias fueran cuatro. Tres de estas novias fueron
desposadas aquí, y una fuera, pero fue en nuestra parroquia donde se ofreció
como desposada con corona. Hemos de lamentar semejante desaparición de la
veracidad y recordar con toda seriedad que llevar subrepticiamente una
corona, significa mentir en nombre de
Dios. Pero el Señor no dejará impune a quien utilice su nombre en vano”
(18).
En esta cita y en otros documentos
similares, podemos ver cómo la preocupación por la veracidad del novio, no
existe, ejerciendo la Iglesia, de este modo, una discriminación inadmisible.
Uno de los hechos más significativos y
dolorosos, de la violencia que contra las mujeres ejerce la Iglesia, se ubica
en el papel que el Vaticano tiene y ejerce en tanto que Estado en la las Naciones Unidas ,
en la cuales su palabra es siempre portadora de concepciones patriarcales y
machistas sobre la mujer y sobre sus derechos. Este papel nefasto se puso de
manifiesto especialmente en: Beijin – 1995, Cuarta
Conferencia Mundial de la Mujer… y en El Cairo – 1994, CONFERENCIA MUNDIAL DE POBLACIÓN Y DESARROLLO (19).
La Iglesia se niega a repensar su posición
absolutista y desencarnada frente al problema del aborto y eso la lleva a
desconocer que:
“La salud y los derechos
sexuales y reproductivos se consideran entonces parte integrante del desarrollo
y de los derechos humanos: especialmente el derecho de las mujeres a asumir el
control y a tomar decisiones respecto de su cuerpo y de su sexualidad. Una
buena salud sexual y reproductiva, que va más allá del enfoque demográfico y la
planificación familiar, es un requisito previo para lograr el progreso socioeconómico
y el desarrollo sustentable” (20)
En este sentido, las mujeres en lugar
de tener en la Iglesia una aliada para impulsar y conseguir condiciones de vida
mejores y liberadoras, tienen por el contrario en ella, una institución que
ejerce su poder para frenar e impedir estos procesos.
La Iglesia está en todo su derecho de
pedir a las mujeres que hacen parte de ella, que no practiquen el aborto, si
así lo quiere o lo cree necesario. Pero lo que
ya no le es legítimo hacer es presionar a los gobiernos y/o a los
organismos internacionales para impedir que se legisle en bien de las mujeres.
Oponerse a la legalización del aborto es continuar sometiendo a las mujeres que
lo practican, la mayoría de las veces porque se ven obligadas a hacerlo, a
riesgos de enfermedad y muerte altísimos, ya que las condiciones en que se
realizan los mismos son precarias y peligrosas. Oponerse a cierto tipo de
educación sexual o al uso del condón, es aumentar el riesgo de sida entre la
población femenina. Oponerse al control de la natalidad es desconocer
totalmente las condiciones económicas de la mayor parte de la humanidad. Todas
estas prácticas son formas de violencia:
“No hay duda de que la Iglesia católica es la religión
con la posición más extrema con respecto a los anticonceptivos, la
esterilización y el aborto. Casi todas la religiones han llegado a entender que
la planificación familiar y los anticonceptivos son elementos importantes para
el ejercicio de la responsabilidad en una pareja. La Iglesia Católica
ni siquiera permite el uso de anticonceptivos a las parejas católicas casadas o
que han tenido una relación monogámica por vida” (21)
Y la violencia continúa, aunque yo no
siga ahora con su enumeración… El silencio cómplice desde los púlpitos frente a
la violación y el mal trato… el último Documento Vaticano, Sobre la Colaboración del Hombre y la Mujer, en el que se acusa a
las mujeres de la crisis de valores en la sociedad y se condena al movimiento
feminista; en este sentido no hemos avanzado desde el siglo XVIII y la suerte
de las sufragistas…
“En 1837 tuvo lugar en Nueva York el primer Congreso
antiesclavista femenino. Las hermanas Grimké realizaron giras de conferencias
por diversas ciudades de Nueva Inglaterra. Denunciaban la complicidad de la
Iglesia en el mantenimiento de la situación de inferioridad de los negros. La
reacción fue inmediata: La Asociación de pastores congregacionistas publicó una
carta pastoral que sostenía que el papel de las mujeres con consistía en tratar
asuntos públicos” (22)…
La negación de la Iglesia católica a
la ordenación de las mujeres, deseo y vocación experimentada por tantas y que
desconoce la capacidad de mediación con lo sagrado que han mostrado en la
historia tantas veces las mujeres.
Al terminar, nos surge una pregunta:
qué se hizo el discípulado de iguales que practicó y propuso, Jesús de Nazaret
? en qué rincón de la historia lo perdieron los varones eclesiales ?
NOTAS:
(1)
Riane Eisler:
EL
CALIZ Y LA ESPADA
(Página 41, citando a: Nicolás Platon: CRETA)
Editorial Cuatro Vientos – Martínez de
Nurguia – Santiago de Chile 1990
(2) John P. Milton:
LOS
DOCE PRINCIPIOS DEL CORAZÓN DE LA NATURALEZA
Revista Conspirando, Nº 47 – Agosto
2004 / Santiago de Chile (Pág. 35)
(3) Citado por:
Elaine Pagels:
ADAN,
EVA Y LA SERPIENTE
Editorial Crítica, Barcelona – 1994 (Pág. 106)
(4) Idem, Pág. 101
(5) Isidoro de Sevilla, Etimologías. Citado por:
Joyce S. Salisbury:
PADRES
DE LA IGLESIA, VÍRGENES INDEPENDIENTES
Tercer Mundo Editores – Bogotá 1994
(6) Hans Küng:
Editorial Trotta, Madrid 2002 / Pág.
48
(7) Josefina Hurtado Neira:
Revista
CONSPIRANDO, Nº 47, Santiago
de Chile, 2004 / Pág. 27
(8) Francesca Gargallo:
BREVE
HISTORIA DE LA MUJER, segunda parte
En: FEM,
Publicación feminista mensual – Méjico, Septiembre 1990 (Pág. 7)
(9) Jules Michelet, famoso historiador francés
del siglos XIX, reconocido por su texto: LA
BRUJA, publicado en 1862.
Tiene otro ensayo muy reconocido, al
que nos referimos:
JUANA
DE ARCO – Fondo de Cultura Económica, Méjico 1986
(10) Michelet, obra citada (Pág. 63)
(11) Idem (Págs. 92/93)
(12) Blanca Garí y Alicia
Padrón-Wolff, estudio introductorio a:
Margarita Porete, EL ESPEJO DE LAS ALMAS SIMPLES
Editorial Icaria – Antrazyt, Barcelona
1995 (Pág. 14)
(13) Ídem, pág. 67
(14) Michel Foucault:
HISTORIA DE LA SEXUALIDAD (1. La Voluntad de Saber)
Editorial Siglo XXI, tercera edición,
Méjico 1978 (Pág. 78)
(15) Uta Ranker-Heinemann:
EUNUCOS
POR EL REINO DE LOS CIELOS
Editorial Trotta – Madrid 1994, (Pág.
297)
(16) Octavio Paz:
SOR
JUANA INÉS DE LA CRUZ O LAS
TRMPAS DE LA FE
Editorial Seix Barral – Biblioteca Breve, Méjico 1987
(17) Ídem, pág. 384
(18) Eduard Duch:
HISTORIA
ILUSTRADA DE LA MORAL
SEXUAL (3. La Época Burguesa )
Alianza Editorial
– Madrid 1996 (Pág. 221)
(19) En estas Conferencias, la ONU, define las
políticas que ayuden o se opongan a las luchas de las mujeres, por el
mejoramiento de sus condiciones.
(20) María Consuelo Mejía:
A
DIEZ AÑOS DE LA CONFERENCIA DE
POBLACIÓN Y DESARROLLO CELEBRADA EN EL CAIRO: LOS DERECHOS
OTRA VEZ EN RIESGO
En: CONCIENIA LATINOAMERICANA, Revista de Católicas por el Derecho a Decidir,
Edición Especial, Méjico – Diciembre 2003 (Pág. 4)
(21) Frances Kissimg:
EL VATICANO Y LAS POLÍTICAS DE SALUD
REPRODUCTIVA
En: CONCIENCIA LATINOAMERICANA, Católicas por el Derecho a Decidir
Volumen XII, Nº 2 – Junio de 2000
(Pág. 7)
(22) Elizabeth Cady Stanton (Ed.)
Editorial Cátedra, Serie Feminismos – Madrid 1994 (Pág.
11)
No hay comentarios:
Publicar un comentario