LA CANCIÓN DE LAURA RESTREPO Carmiña Navia Velasco
El beso de la reina arcaica es la marca abrasiva de Caín:
señala las razas notables pero desdichadas.…
Yo soy descendiente de la reina de Saba
Canción de antiguos amantes, novela de la escritora colombiana Laura Restrepo, es un macro universo en el que cabe todo: lo real y lo maravilloso, lo imaginable y lo impensable. Un mundo posible e imposible en el que se canta al amor y a la vida, pero sobre todo al dolor, a la resistencia y valentía de las mujeres a través de los siglos y los mitos. Su lectura deleita y llena de placer, pero a la vez agota por el ritmo aplastante y contundente de los hechos narrados y de los múltiples universos visitados. Una novela total en la que no se deja nada por fuera en el intento de acoger la vida en este, nuestro mundo actual, caótico y siempre al borde del desastre. Impacta pensar cómo la pluma nos lleva de una realidad a otra, estableciendo conexiones antes no sospechadas. Conexiones que algunas veces desconciertan al lector, pero que siempre lo invitan a novedosos buceos y le amplían el horizonte de su propio universo.
La llegada de Bos Mutas (y ya el nombre de uno de los protagonistas, es todo un desafío) a la capital de Yemen desata un conjunto de acontecimientos, ideas y palabras que transportarán a lectores y lectoras a sociedades inmensamente ignotas y difíciles: el mundo de los desplazamientos y las violaciones, el mundo de los cuerpos que se buscan y encuentran o desencuentran, el mundo del hambre que atraviesa desiertos… pero también el mundo de los mitos que se recrean y reviven en caminos sin fin; mitos de diferente tipos, de múltiples orígenes y tradiciones. Mitos que convocan a cada página a los imaginarios y a las leyendas literarias.
El protagonista, un joven escritor que ha sido seducido por la reina de Saba, la real y la imaginada, y en su camino se encuentra con Zahra Bayda, la mujer que cuidará sus noches pero que además lo conectará con el oriente y la lejana África para llevarlo de su mano a paisajes que puedan revelarle secretos y placeres, dolores y preguntas, urgencias y demandas. Caminos de nuestra sociedad en los siglos XX y XXI.
Siguiendo el
rastro de la reina de Saba, Mutas incursionará en ámbitos pasados que se hacen
presentes en la novela. Hablamos de novela quizás por la costumbre actual, pero
podríamos hablar con propiedad de la epopeya
de las desamparadas. Epopeya que la autora siempre ha buscado y recreado
recordemos La multitud errante, algunos
de sus relatos de Pecado o La novia oscura. De la mano de Zahra Bayda, Bos Mutas descubre
realidades cercanas a las suyas, que le hablan a los ojos y al corazón, y con
ello nos regala una mirada cercana, todavía muy inédita -en lo que llamamos el mundo
occidental- negando en acto, lo justamente planteado por Said en su libro Orientalismo:
“A los orientales raramente se les miraba directamente; se les contemplaba a través de un filtro, se les analizaba no como a ciudadanos o simplemente como a gente, sino como a problemas que hay que resolver, aislar o -como las potencias coloniales abiertamente hicieron con su territorio- dominar. La clave es que la designación misma de oriental llevaba asociado un marcado juicio evaluativo…[1]
En ese camino y esta búsqueda incursionamos en los viajes de Gerald de Nerval, en sus angustias, sus noches de bohemia y su suicidio; en los horizontes siempre abiertos y oscuros de Rimbaud, en sus tropiezos y deseos tantas veces truncados… Pero incursionamos también en horizontes bíblicos ya olvidados y en costumbres islámicas que destruyen los clítoris femeninos; en mitologías diversas… en guerras, violaciones y manos que trafican con el dolor y los cuerpos ajenos: desde contrabandistas de mujeres hasta pateras asesinas. Para detenernos por último en la mujer común y corriente -siempre resiliente- que allá y acá, salva a sus hijos de la muerte y araña migajas a la vida en parajes desérticos.
Desde una mitología re-visitada pasamos por diversos puertos de la literatura: Malraux, el evocado Dostoievski, Baudelaire, Pizarnik… para aterrizar suavemente en los Beatles y atracar en Patti Smith o en la popular canción Bésame mucho, que se convierten a lo largo de las páginas en una especie de “puesta en abismo” que agiganta -desde su condición de mitos, feminista punk y romántico eterno- el camino de las mujeres y sus búsquedas y deseos. ¿Retomar esta figura es la intención de recordarnos que las sociedades humanas seguimos necesitando y construyendo mitos aunque estos se alejen de la religión y pastoreen regiones más precarias? Parece que sí, porque al final de cuentas Mutas nos dice que “al fin y al cabo la religión consiste en clavar obsesivamente la mirada en una imagen que está fuera de nuestro alcance”.
Además esta imagen
de mujer repite incesantemente, a través de tiempos y regiones, la intención
profunda de la obra según el mismo narrador-testigo:
La
mandorla, la vulva, el coño: punto nodal de todo lo que quiero contar ahora. La
mandorla, estrella de los vientos en la tragedia de estos pueblos. La almendra,
infinitamente amable y sufriente, escondida bajo las largas faldas de la abaya
y escondida también en el lenguaje, que
sólo la menciona con apodos domésticos que ocultan su verdadero nombre[2].
Es en ese destino femenino en el que la escritora se ha detenido tantas veces (novelas que ya nombré, pero también La isla de la pasión o Delirio) en lo que profundiza y bucea esta Canción.
Con esta
intencionalidad estamos en el punto nodal de la obra. La historia de las
mujeres caminantes en medio de las sombras y el dolor. Caminantes de tiempos
inmemoriales: desde los tiempos bíblicos, atravesando guerras, mares,
desiertos… Mujeres de Somalia, de Yemen, de oriente y occidente, de Siria y de Etiopía…
mujeres que a pesar de su cojera, de su daño en los pies, de sus limitaciones y
embarazos… no escatiman ni detienen su marcha… Mujeres que también en Colombia
(esa tierra que no se nombra pero está tan presente…) caminan en busca de su
paz. La “Canción…” se detiene en el
proceso mismo, en lo que lo rodea, en los campos de refugiados en los que la
vida se detiene en espera de una luz en los horizontes… como plantea Diana
Uribe:
Por eso, viviendo entre la espera y la incertidumbre de un campo de refugiados -marginados en la ciudad bajo condiciones muy duras después de haber tenido que dejar un hogar, una vida, una comunidad a la que no se puede retornar- muchas personas en África y Medio Oriente deciden arriesgar su vida una vez más para llegar a Europa. Nadie arriesgaría su vida y la de sus hijos para cruzar el mar Egeo y Mediterráneo si no estuviera en una situación desesperada y si no tuviera aún algo de esperanza en un futuro mejor[3].
Todo este
recorrido lo hacemos de la mano de una pareja que en medio de su labor en Médicos sin fronteras, se arrulla por
las noches calmando las angustias que
les llegan de lejos: de infancias atrofiadas y cuerpos violentados, malheridos.
De violaciones siempre repetidas. El narrador se nos contagia de la peste o el
virus éste que aún nos aqueja y entonces me surge una pregunta: ¿Por qué se queman
sus papeles, sus notas, sus escritos, ensueños y visiones? ¿Qué intenciones
oculta la novela con esta quemazón, que recuerda a los manuscritos de Cien Años de soledad? ¿Es qué el aire
disuelve todo sueño en la arena? Sin embargo los lectores salvamos los papeles
y la vida se asienta nuevamente en la literatura. Porque la literatura nos
salva. Dice la autora en una entrevista en El Espectador:
Hay que trabajar para mantener los mitos vivos. En la
novela yo quise tener a seres tan dispares y distópicos como Tomás de Aquino,
Gérard de Nerval o el propio Rimbaud y ver cómo ellos elaboran el mito, que es
principio y fin”[4].
Y en una entrevista con Álvaro García para Señal Colombia (5 de Junio de 2022), Laura nos cuenta que ella salva la vida en sus cuadernos, en los que refugia las notas con las cuales construye sus universos imaginados.
En las últimas páginas vivimos una apuesta. Zahra y Bos miran juntos hacia un futuro, un futuro de abrazos en el que “la reina de Saba” (una de las viandantes de la Biblia) bendiga con su fuerza a tantas caminantes. Un horizonte diferente en el que “el cantar de cantares” sea más fuerte que el apocalipsis y conduzca a mujeres y hombres a horizontes abiertos, en que lunas nuevas iluminen los partos y sanen las heridas. Esta canción que invita a ser cantada, muestra una vez más el compromiso de la autora en su mirar la historia desde la vulnerabilidad y la desprotección para invitar a sus lectores a sueños y construcciones alternativas y distintas.
Santiago
de Cali, 13 de Mayo de 2022
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