LAURA RETREPO Y SUS MIRADAS AL MAL
La escritura de
Laura Restrepo está siempre habitada por evocaciones, connotaciones,
intertextualidades. En su nueva obra nos obliga a pasearnos por el Bosco y el
Greco, por Cervantes, Shakespeare y Proust, por los llamados Padres de la Iglesia… porque desde todos
esos lados son iluminados los fantasmas que arrojan luz sobre una escritura
poblada de imágenes, de sentidos, de premoniciones… de reflexiones en
profundidad. Todo este paseo tiene sin embargo un anclaje claro y definitivo:
el cuadro El Jardín de las delicias, oleo
de Hieronymus Bosch, el Bosco. Un
hilo discursivo lo podemos encontrar en ese diálogo permanente con el profundo
simbolismo que habita esta pintura. Es como si los relatos que constituyen el
nuevo libro de Restrepo quisieran encontrar su lugar precisamente en ese
universo extraño y misterioso que es la pintura.
Por ello la obra
se abre precisamente con un proemio que es una divagación sobre este tríptico,
titulada: Peccata Mundi, en la que antes que nada se nos dan retazos y
pinceladas de esta obra pictórica. Se nos remite a uno de sus dueños: el rey
español Felipe II, reconocido en mucho ámbitos por sus afanes inquisitoriales
inmisericordes y sus persecuciones a enemigos y hasta a amigos de ayer. El
jardín de las delicias o placeres, habla en su tejido del pecado del mundo al que el proemio nos introducirá. En una fusión
permanente nos vamos a encontrar entonces con los límites entre el mal y la
bondad, límites imprecisos que a veces
se oscurecen y en ocasiones se fulguran. Cómo si en el fondo de esta escritura
se ahogara una pregunta por los juicios morales más evidentes en nuestra
sociedad. Estos límites imprecisos son una de las obsesiones de la autora a lo
largo de toda su obra. Muchos de sus personajes destellan ternura o acogida en
medio de sus atrocidades y otros dejan ver ambigüedades y sentimientos
negativos en medio de su aparente corrección.
Irina la joven
estudiosa del fresco, enlaza este proemio con el primer relato: Las Susanas en su paraíso. A partir de
aquí entramos en un mundo más cotidiano, más prosaico, en el cual de repente
irrumpe una fuerza inesperada que aunque haya sido anticipada narrativamente,
descoloca las cosas y nos deja en el borde de abismos diferentes.
Las Susanas viven
en su Jardín de las delicias,
rodeadas de servidores, aisladas de su alrededor en el cual fuerzas
paramilitares y oscuras, hacen
desastres y matanzas que no las tocan. A san Tarsicio, el poblado de negros,
que alberga las vacaciones de estas tres mujeres ricas y blancas, se llega
atravesando Los Montes de María, región
tristemente conocida del nor-este colombiano. Sobre la región podríamos decir muchas cosas, pero
sinteticémosla en una: La violencia que
dejó 56 masacres, cientos de miles de desplazados, ruina económica y una gran
tristeza entre los cultos y luchadores campesinos de esta región entre Sucre y
Bolívar tiene raíces hondas…
[¿Cómo se fraguó la tragedia de los montes de María?:
En el límite
inmediato de la hacienda de las Susanas, se ubican los habitantes del pueblo,
que despliegan ante ellas todas sus ventas y rebusques para aumentar
con sus visitas los escasos ingresos. Dos mundos que aunque no se mezclan se
miran mucho, la mirada de unos se posa sobre la piel de las otras, la mirada de
ellas penetra sus quehaceres, sus cuerpos y sus bailes. La champeta se proyecta
sobre la narración con su ritmo y su ondulación de caderas y músculos. En un
momento, esas miradas rompen las barreras y el mundo de los negros irrumpe
transgresivamente en el universo de las mujeres blancas. El Nenito atrae a
Diana y desde la primera mirada de este reencuentro, que se nos narra en
detalle, el desenlace está anunciado. Cuando se consume el deseo y el paraíso
se agiganta, sobreviene el caos que a manera
de juicio final arrasa con cualquier señal de vida en esa hacienda que
se queda vacía, esperando un regreso que no culmina. ¿Finalmente el verdadero
mal ha tocado el mundo de las Susanas? Es una pregunta que queda flotando en el
ambiente, el relato no resuelve todo, diferentes lecturas siempre son posibles.
Con la
destrucción de uno de los jardines de las delicias se nos deja en el exilio y
frente a frente con la viuda, un asesino meticuloso, obsesivo y
perfeccionista que planifica en detalle cada asesinato y no perdona jamás a sus
víctimas desde el momento en que le son
encomendadas. El mal lo encontramos aquí en los términos definidos por Hannah
Arendt, en su propuesta sobre la banalidad del mal. Este ejecutor
de la muerte, cuando nos relata su vida, sus tareas y hazañas, su rutina… no
cae jamás en un cuestionamiento, en una angustia, no conoce la sensación de
arrepentimiento. Siente que se distingue entre los otros de su calaña por su
exactitud, por su rigurosidad… por lo que denomina su pulcritud y la ausencia
de rastros en que se mueve.
Pero por una casualidad
del destino, de esas que la tragedia griega maneja tan bien, la tarea
focalizada por el relato nos muestra los días en que la viuda se enamora perdidamente de la hija del que ha de ser su
víctima. El amor y la pasión, como siempre ocurre, le enredan la vida y
entonces él pasa a desvelarse, a seguirla, a averiguar sus días. Todo deja de
interesarle menos ella que concentra sus fuerzas y atenciones. En su discurrir
la encuentra débil y con necesidad de protección, tentación difícil de superar
para un sicario. Su destino se tuerce: ahora está dispuesto a morir, a recibir
el castigo por la única acción buena que ha hecho. El castigo llega por los únicos
pasos que no se lo han ganado.
El relato
tercero nos enfrenta a un tema eterno de la literatura, del arte, de la
psicología: una forma muy especial de Edipo. Forma muy especial porque en
realidad ese padre y esa hija lo son sólo en términos biológicos. Ana, la
protagonista nos cuenta varias cosas: en
primer lugar su ausencia total de padre, ausencia que se llena con fantasías,
con deseos equívocos, con rechazo a la madre o a los tíos… ausencia y vacío que
se llena con literatura, con libros, con un juego sexual sin sobresaltos ni
secretos. El amor entre el padre y la hija viene dado en el relato en forma natural, sin sorpresas ni preguntas… La
narración no se detiene en las conciencias, sólo en el acontecer que se resbala
sin problemas cada noche en la cama. El abrazo de Perucho y su hija tiene lugar
en una estancia en la que de nuevo el Jardín del Bosco preside.
Pero aunque la
conciencia no se dice, ese encuentro de cuerpos termina siendo una alta dosis
de rencor acumulado que se manifiesta en la violencia con que el padre se da en
su cabeza contra la pared o los barrotes de la pieza-testigo y en el repudio
final por parte de la joven. No tenemos acceso a los pensamientos de Perucho,
sólo a sus arrebatos… todo lo vemos con los ojos de la hija a la que en un
momento le llega a ser insostenible su pecado
o más bien el pecado del padre. Ella rechaza (repudia en términos
shakesperianos) a su padre… Y curiosamente recurre a su madre como a su salvadora. El abordaje de
este tema es valiente y de frente, y al mirar la pareja paseándose por los
campus de la Universidad norteamericana los lectores nos preguntamos dónde
radicó el mal: ¿en el enamoramiento de la hija o una vez nuevamente en el abandono
del padre? Ese grito de angustia:
Hubiera querido abrazar a mi padre pero no
ahí, no así. Hubiera querido quererlo de otra manera, darle vuelta a la
naturaleza de mi amor, expulsarlos bichos negros de la charca, exterminar la
ponzoña de gusanos. Limpiarlo todo y dormir en paz…
nos habla de una
conciencia con deseos de estar limpia… Pero ese No-Padre se hace
sombra obsesiva, se convierte en síntoma en términos psicoanalíticos.
Y es esa
ausencia radical del padre la que vuelve a jugar en, Lindo y malo ese muñeco. Otra forma de Edipo en unas formaciones
sociales en las que el padre no sabe ni desea estar presente. Arcángel debe asumir
las funciones del padre, del marido, del jefe y proveedor del hogar… ante una
madre demasiado ocupada en la sobrevivencia como para preocuparse de por cuáles
caminos va su hijo hasta llegar a casa con el dinero para el pan. En este
cuento la autora por medio de un potente juego del lenguaje y la palabra nos
acerca a los barrios marginales de ladera, aquellos en los que las nociones
tradicionales del bien y del mal se han invertido en ocasiones y se han
desvanecido en otras, en medio de una sociedad líquida, según la propuesta de
Zygmunt Bauman. Encontramos de nuevo esa banalidad que mata, roba o se divierte
tumbando una escalera aunque ello ponga en peligro la vida de un albañil.
El hijo se
siente amado por su madre y reconocido
por ella en su función de proveedor y protector en medio de la escasez y del
peligro. Eso le basta; con satisfacción del deber
cumplido, recibe su pan dulce o su sopa en la noche. Por eso su jardín de
las delicias se desmorona y su vida tiene una especie de final y sobre todo de
mudez, cuando descubre su desaprobación. Arcángel no se ha planteado jamás el
interrogante por la moralidad de lo que hace o lo que deja de hacer: consigue
el pan, con eso basta. Se sienta por las tarde a mirar el paisaje en medio de
una calma aparente o real… Por ello al constatar la reprobación maternal en la
carne de su hermano menor, pierde su norte y la voz narrativa nos deja ad
portas de un interrogante. Final abierto como muchos de los de Laura Restrepo.
El relato más
extraño de los siete que componen el conjunto, es El Siriaco, también el más directamente religioso. Este loco
estilita en sus ardores religiosos nos recuerda al Sleepy Joe de Hot Sur o al ángel caído de Dulce compañía… La diferencia y cercanía o lejanía entre la simple
religión y la mística. ¿Qué se esconde detrás de estos efluvios? Todo el
ambiente del mundo ficcional es exótico: el universo que rodea al rico y
poderoso Nemérodes, el santo Gebrayel que anuncia las desgracias… el niño que
conversa con las ranas y con las ovejas. ¿Estamos ante un soberbio en ciernes
que no puede hablar con sus semejantes o simplemente ante un “ido” cuya cabeza
perdió la llave de regreso? ¿Siriaco está inspirado en Simeón el estilita y sus
siguientes émulos o su existencia narrativa es fruto de otras preocupaciones
que pueden hallar respuesta en esas columnas del desierto? Es claro que la
autora quiso trasladarse al antiguo oriente, en las puertas mismas del desierto
y explorar motivaciones y deseos. ¿Es lícito pensar en alguna interpelación a
la Siria de hoy?
Aún en medio de
lo más puro, de lo más aparentemente religioso o “espiritual” se esconde lo
macabro y alguna sutil forma de mal… aunque sea la soberbia como lo dice el
paratexto de Agustín de Hipona que antecede al relato: La soberbia es deseo de alcanzar una altura perversa. Siriaco y su
mundo, sus fanáticos y seguidores, se diluyen, de deshacen entre la arena del
desierto cuando la madre intenta rescatarlo de esta y de otras locuras. Otra
vez una madre persiguiendo a su hijo tocado de locura, una madre que intenta
retenerlo en este lado del mundo y un hijo que es halado por otras dimensiones
de la existencia, dimensiones extrañas cuya clave de acceso no alcanzamos a
descubrir.
No soy capaz de
vislumbrar vestigios de maldad alguna o presencia del mal, en los protagonistas
de la bella nouvelle de remembranzas
y amor, Olor a rosas invisibles, ya
publicada anteriormente por la autora. El término pecado que preside esta
colección de relatos tal vez pueda aplicársele, aunque no sin antes haberlo
discutido. El Diccionario de la Real Academia de la lengua, define así el
pecado: Transgresión voluntaria de
preceptos religiosos. Cosa que se aparta de lo recto y justo o que falta a lo
que es debido. El triángulo formado por Luicé, Eloísa y Solita no parece mostrar una infidelidad matrimonial
en la que se causa un daño irremediable. Los juegos del deseo son
incontrolables lo dijo el viejo Freud y las angustias y peripecias de este
hombre demasiado mayor para encontrarse con un amor de juventud llaman a la
ternura más que a cualquier condenación. Pero claro, en términos eclesiales y
por extensión, sociales se trata de una trasgresión.
Para visualizar
más la malicia del adúltero que la desazón del viejo, es imprescindible y
necesario ponerse en el punto de vista
de la esposa engañada. Es claro que la inocente confianza de Solita es burlada,
pero la condena no llega sino desde una mirada estricta y apegada a la ley… Esta
expresión en términos cristianos nos habla más bien de una falla que de un
camino justo. La música de fondo del Adagio
de Albioni nos acompaña en el placer de esta lectura.
Más de una vez
en las obras de Laura Restrepo subyacen interrogantes abiertos o retos éticos,
preguntas a la moralidad vigente… Es el caso de algunos de estos relatos. Desde
mi punto de vista, el cuento que más pone el dedo en la llaga en este sentido,
es Amor sin pies ni cabeza. Cuento de factura impecable en el que la
narradora ejerce de periodista-entrevistadora. ¿Desde qué patrones y
situaciones juzgar a esta víctima que se hace victimaria? Desde la asepsia y la
distancia nunca sabremos cuáles son las razones de la sobrevivencia.
Mirada desde el
feminismo Emma la descuartizadora ¿cómo
sería juzgada? El relato nos muestra los detalles del mundo recreado: la cárcel
y sus rituales malévolos para acercarse a los presos o presas… las guardianas,
las oficinas, las rejas y paredes, las reglas, y de nuevo El Jardín de las delicias que tal vez en esta ocasión refleje los
infiernos en vez de las delicias
La narración y
el punto de vista de la protagonista son sencillos, directos, no tienen pierde.
Mató a su hombre en estricta defensa propia porque la maltrataba. El maltrato
es ahogo sicológico, asfixia de la vida: te defiendes o te hundes
irremediablemente. Emma escogió salvarse. La sevicia que le pusieron otros a
ese desbaratar el cuerpo, ella no se la puso. Su mirada fue más sencilla “más
limpia” podríamos decir. Y de nuevo un reto ético flota en el aire: En un país
con altísimas tazas de impunidad en la violencia de género ¿el lícito hacer
justicia por mano propia?
Y sin embargo
allí habita el horror. Un vez más la mutilación, el descuartizamiento, el
hachazo de la vida en pedazos… habita las preocupaciones, las obsesiones y los
ejes temáticos de nuestra autora. Tal vez una vez más la clave la encontramos
en El Bosco y su pintura en la que el mundo interior se deshace en pedazos. Esta
lectura nos remite de nuevo al primer texto: al proemio… y luego a cada uno de
los relatos, en busca de una mayor inteligencia de lo que se nos dice.
Carmiña Navia Velasco
Santiago de Cali, Marzo de 2016
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